Hay veces en que la Naturaleza nos recuerda que no importa cuan fuerte sea nuestro impacto sobre ella, siempre encontrará la forma más sabia de subsistir.
Durante los años 90, unos cuantos investigadores se embarcaron en el ambicioso proyecto de regenerar el suelo de un terreno erosionado. Y lo hicieron de la manera menos convencional: usando desechos orgánicos.
Daniel Janzen y Winnie Hallwachs, eran un par de graduados de Princeton con muchas ganas de ayudar al Medio Ambiente. En 1997 viajaron hasta Costa Rica y contactaron con Del Oro, una fábrica de jugo de naranja, para hacerle una oferta muy peculiar.
La compañía podría deshacerse de sus cáscaras de naranjas en un área degradada sin coste alguno, si accedía a donar los terrenos que se encontraban en el límite del Área de Conservación de Guanacaste. La empresa aceptó y 12,000 toneladas de cáscara se llevaron en camiones hasta el lugar.
En tan solo seis meses, el rico contenido en nutrientes de dichos desechos logró transformar un piso árido en una superficie arcillosa, perfecta para albergar vida vegetal.
Desgraciadamente tuvieron que ponerle fin al proyecto, luego de que TicoFruit, compañía rival de Del Oro, demandara a esta última por contaminar los paisajes. Pasaron quince años desde entonces.
En el 2013, Timothy Treuer, otro investigador de Princeton involucrado en el experimentó, viajo a tierras costarricenses y se sorprendió al ver que el sitio de las cáscaras de naranja, era ahora un bosquecillo de exuberante vegetación. Si bien todavía no saben la forma exacta en la que los residuos orgánicos influyeron, esperan poder averiguarlo para ayudar a la conservación de los paisajes naturales.
Treur considera que descubrirlo, sería la mejor herencia que le pueden dejar al planeta en tiempos como los que corren, con el calentamiento global convirtiéndose en una amenaza cada vez más latente.