A lo largo de la historia, el hombre se las ha ingeniado de muchas maneras para hacer llegar sus mensajes. Conocemos a las famosas palomas mensajeras, que comenzaron a usarse para este fin en la Grecia. Sabemos que los caballos eran el medio de entrega más seguro entre los XIII y XIX en Rusia y que en otros lugares igual de fríos, como Canadá y Alaska, los perros que jalaban trineos eran los más confiables. En este último también se llegaron a usar renos con el mismo fin.
Hoy por fortuna contamos con el correo electrónico que nos hace llegar todo en segundos, sin importar en que parte del mundo nos encontremos. Pero la población de Lieja, una ciudad de Bélgica en el año 1837, no contaba con las mismas facilidades.
Tal vez fue por eso que se les ocurrió implementar gatos para entregar el correo.
Las cartas eran cuidadosamente envueltas en bolsas impermeables para protegerlas y atadas al cuello de los mininos, quienes tenían la misión de ir a casa del correspondiente destinatario. Lo cierto es que esta era una tarea arriesgada, pues cualquier perro callejero que se cruzara en su camino podría ocasionar que perdieran los mensajes.
Aun así, el sistema se puso en marcha y los resultados como podrás imaginar, no fueron los mejores. Y es que, si hay algo que caracteriza a los gatos, es que nunca parecen tener apuro por nada.
Si bien hubo un gato que entregó su mensaje una hora después de ser puesto en la calle, los demás fueron a perderse por donde les pareció, como es costumbre en ellos. Muchos de ellos se demoraron un día completo en entregar sus cartas y entonces, todos fueron despedidos.
Al leer esto, uno se da cuenta de lo bueno que es que hoy podamos enviar e-mails.