El pasado de México se encuentra marcado por una mitología tan rica como la de las antiguas civilizaciones de los romanos y los griegos. Una de sus características más recurrentes eran los dioses, seres divinos a los que a veces se les atribuían rasgos de animales para diferenciarlos de los humanos. Y entre ellos, el más poderoso de todos era Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
Su nombre proviene de la lengua náhuatl y proviene de los vocablos “Quetzal”, que significa ave de bello plumaje y “Coatl”, que quiere decir serpiente.
La unión de ambos animales representaba del agua y la tierra, dos elementos indispensables para la subsistencia de los pueblos indígenas. A Quetzalcóatl se le retrataba como un dios benévolo, a diferencia del resto de las deidades.
De acuerdo con la leyenda, él veía con malos ojos que los otros dioses esclavizaran a los humanos, por lo que se convirtió en uno de ellos para revelarles todo el conocimiento que les era negado. En su nueva forma, vagó hasta llegar al sitio de Tollan, hoy ubicado en lo que es el estado de Hidalgo. Allí, le puso fin a un sanguinario sacrificio ofrecido a Tezcatlipoca, su hermano e hizo florecer la ciudad completa.
Quetzalcóatl prohibió los sacrificios humanos y le enseñó a los hombres a trabajar la tierra, dominar las artes y buscar su paz interior.
Un día, engañado por su propio hermano, bebió el entonces desconocido pulque hasta embriagarse y tener deseos carnales. Fue así como rompió su celibato y tomó como mujer a Quetzalpetatl, una de sus sacerdotisas. El dios se sintió tan viciado después de lo que había hecho, que decidió partir en un barco prometiendo a los suyos que no volvería sino hasta haberse purificado.
Se cuenta que era el año 1519 y poco después llegaron los españoles.
Sabios consejos de Quetzalcóatl
1.- “Se moderado y austero. Verifica que los demás coman primero; entonces toma agua y lava sus manos y sus bocas. Que, no por ser noble, perderás tu nobleza ni caerán los jades, las turquesas de tus manos llenas”.
2.- “Amaos los unos a los otros, ayudaos entre ustedes en la necesidad con la manta, la joya, el salario y el alimento. Pues no es verdad y no es cierto si desprecias a quienes te rodean”.
3.- “Da limosna al hambriento, aunque tengas que quitarte tu comida. Viste al que va en harapos, aunque tú mismo te quedes desnudo. Socorre al que te necesita, aún a costa de tu vida. Mira que es una es vuestra carne y una vuestra necesidad”.
4.- “Bueno es que te mantengas por ti mismo. Crea, trabaja, recoge leña, labra la tierra, siembra nopales. Con eso beberás y te vestirás. Pues honra y enaltece el trabajo duro.”
5.- “Si se dice que hay heredero al trono, he aquí cómo mostrará su condición: Si baja su cabeza con humildad y si mira al pobre con especial consideración, se le infunden respeto su mísero ceñidor, su manto raído. Si encontrando en el camino a una anciana, un anciano, le dice “Padre mío, mi abuela: que la paz te encamine, que no tropiece tu pie”.
6.- “Acércate al que es modelo y ejemplo, pauta y señal, libro y pintura; a la persona honorable y de buena fama, a la condición social, la luz, la antorcha, el espejo”.
7.- “Acércate a quienes por todas partes van haciendo lo excelente, dando brillo, dejando lo bueno, imponiendo orden con prudencia, alegría y serenidad. A quienes son cofre y caja, sombra y abrigo, gruesa ceiba, sabino generoso que da brotes y se yergue poderoso, firme”.
8.- “En cambio, huye de estos sitios: El festín, el río y el camino. No te detengas ahí, porque ahí está y ahí habita el gran devorador: la mujer ajena, el esposo ajeno, la falda, la camisa ajena”.
9.- “El tolteca es sabio, es una lumbre, una antorcha, una gruesa antorcha que no ahúma. Hace sabios los rostros ajenos, les hace tomar corazón. No pasa por encima de las cosas: se detiene, reflexiona, observa”.
10.- “Escucha: La cortesía, la modestia, la humildad, el llanto y el esfuerzo te harán noble, amado, enaltecido. Escucha: Ningún soberbio, jactancioso o desvergonzado llegó jamás al reino”.
Fuente: Libro IV Códice Florentino; Huehuetlahtohllii, testimonios de la antigua palabra de Miguel León Portilla.