No hay nada más angustiante que la desaparición de un hijo. Cuando los padres de la pequeña Aurora, una niña australiana de tres años, se dieron cuenta de que ella se había ido sin dejar rastro, dieron inmediato aviso a las autoridades y se inició una exhaustiva búsqueda en la que participaron más de 100 personas.
Sabían que se había adentrado en las montañas de Queensland, lugar en el que ellos viven. Para un niño, una aventura de dicha magnitud podía resultar mortal, sin provisiones ni experiencia al estar a la intemperie.
Varios policías y voluntarios del State Emergency Service se dieron a la tarea de recorrer la zona, algo difícil debido a la espesa vegetación y al terreno rocoso de las laderas.
Pero al día siguiente, muy temprano por la mañana, la señora Bennett, quien es abuela de Aurora, escuchó que la llamaban desde una colina cercana. No le cabía duda de que esa era la voz de su nieta, pero no sabía exactamente donde se encontraba.
En ese momento, un perro se acercó a ella y a los voluntarios que la acompañaban. Guiado por el olfato, fue capaz de guiarlos hasta donde estaba la niña, quien afortunadamente solo había sufrido unos cuantos cortes. Las últimas 17 horas de su desaparición las había pasado en compañía del animal.
Él se encargó de mantenerla caliente cuando cayó la noche e hizo un frío intenso, y la protegió de las alimañas.
Las autoridades se dieron cuenta de que Max, como fue bautizado el can, no podía escuchar y había perdido parcialmente la visión. Aun así se comportó como todo un héroe al cuidar de esta pequeña. No cabe duda de que él fue como su ángel de la guarda.
Hoy, su familia está muy agradecida con él y con todos los miembros de la búsqueda.