Desde hace miles de años distintas culturas han hablado de varias versiones del fin del mundo, pero ninguno de ellos ha ocurrido y la vida continua con bastante normalidad.
El apocalipsis fallido más conocido fue el 21 de diciembre de 2012 cuando concluía el baktún 13 del antiguo calendario Maya. Algunos creían que esa era la fecha en la que se llevaría a cabo una transformación física y espiritual en los seres humanos, mientras que los apocalípticos significaban el fin de los tiempos como se conocen. Pero es evidente que nada de eso ha ocurrido.
Recordemos que poco antes de su muerte, Jesús predijo algunos sucesos y condiciones que probarían que este mundo había entrado en la “conclusión del sistema de cosas”. Explicó que sería un periodo marcado por pestes, escasez de alimento y guerras mundiales, y que “en un lugar tras otro” ocurrirían grandes terremotos. Esto se encuentra en Mateo 24:3, 7; Lucas 21:10, 11.
Muchos opinan que Jesús no se refería a nuestros días. Afirmando que a la actividad sísmica no ha aumentado de forma significativa en las últimas décadas. El National Earthquake Information Center de Estados Unidos ha informado que, durante el siglo XX, la frecuencia de los temblores superiores a 7,0 se mantuvo constante.
Sin embargo, se debe tener en cuenta que el cumplimiento de la profecía no exigía un aumento en la cantidad o en la fuerza de los terremotos; lo único que dijo fue que habría grandes terremotos en un lugar tras otro. La angustia no se mide por la frecuencia de los terremotos ni por el valor que estos alcancen en la escala, sino por las consecuencias en la gente.
Los últimos terremotos han causado una gran angustia y muchos daños, de hecho, durante el siglo XX destruyeron las viviendas y acabaron con la vida de miles de personas. Muchas de las muertes, pudieron haberse evitado.
En los países en desarrollo, los reglamentos de construcción pueden ser ignorados por hacer obras económicas más rápidamente, satisfaciendo las necesidades de vivienda en las grandes ciudades con mucho crecimiento.