Cuando Miguel Ramírez y Teresa Coyoy, una pareja de ancianos guatemaltecos, compró una casa para su hijo, nunca pensaron que este sería tan ingrato como para traicionarlos y dejarlos en la miseria. La propiedad, que era lo único que les quedaba tras invertir todos sus ahorros, estaba al nombre del joven para procurarle un patrimonio.
Se suponía que fueran a vivir los tres juntos, pero apenas terminó el papeleo, el muchacho los expulsó valiéndose de artimañas legales. Ni siquiera la policía pudo intervenir por el matrimonio cuando intentaron llegar a un acuerdo con él.
Sin un lugar al cual ir, Miguel y Teresa se desplazaron al monte desde la humilde comunidad de San Antonio Sacatepéquez, donde habían vivido hasta entonces.
Allí, se construyeron una choza con maderas, desechos y otros materiales que encontraron tirados. Pero no podían soportar el frío, ni tenían agua corriente para lavarse. Ni siquiera tenían dinero para comer, por lo que empezaron a recoger frutas y raíces para sobrevivir, “El frío lo aguantábamos”, confesó Miguel poco después, al relatar como intentaban hacer fogatas para soportar las duras condiciones del monte.
Estuvieron viviendo en la miseria hasta ser encontrados por un hombre de nombre Valentín Bautista, que había ido a recorrer la montaña. Después de escuchar su historia, sin dudarlo, el generoso sujeto les obsequió un trozo de terreno de su propiedad, para que pudieran asentarse.
Luego, los vecinos de la localidad hicieron una colecta con la que empezaron a construirles una pequeña casa, en la que ya tenían todo lo necesario para cocinar y vivir dignamente. Pudo más la empatía de unos extraños que la ingratitud de su propio hijo.
“Estoy contento pues donde estaba era muy duro, no estábamos dispuestos a vivir así”, declaró Miguel.
Actualmente no saben donde está su hijo, pues vendió la casa para desaparecer del poblado.