Hace miles de años, el lago Titicaca estuvo habitada por la cultura de los Uros, indígenas que se establecieron aquí para huir de los incas. Ellos se asentaron justo en el interior del lago, construyendo islas flotantes en las que vivieron por largo tiempo hasta su extinción. La última persona de esta cultura murió en la década de los 50.
Hoy, las islas del Titicaca siguen estando habitadas por uro-aimaras y algunos quechuas, y han adoptado un estilo de vida bastante peculiar en el Altiplano andino.
Con una altura de 3,812 metros sobre el nivel, pueden considerar sus hogares como los más cercanos al cielo. Su rutina es tranquila y sus casas humildes, pero no necesitan de mucho para subsistir.
Cada isla se encuentra hecha de totoras, que es una planta acuática que crece en el mismo lago.
La gente apila capas de hasta 3 metros de grosor para que se mantengan flotando en el agua, cosa que se logra gracias a un gas que la misma totora desprende.
Además de esto, las islas cuentan con una estructura de palos que las mantiene ancladas al fondo, evitando así que se puedan desplazar.
Al tratarse de un material renovable, es necesario reemplazar las totoras cada cierto tiempo, por lo que el trabajo nunca termina.
Una gran parte de los habitantes sin embargo, viaja constantemente a tierra firma para acceder a lugares como la escuela, el cementerio y el hospital. De hecho, hay un catamarán que día con día recoge a los niños para llevarlos al colegio.
Las islas de los uro-aimaras se han convertido en un gran atractivo turístico.
Son muchos los visitantes que suelen ir hasta ellas para pasearse en las góndolas y comprar artesanías típicas.
Y a ellas se puede llegar abordando un catamarán desde la ciudad de Puno.