Caminar por las calles de la ciudad de México y las urbes de otros estados, es toda una experiencia y especialmente si nos vamos a las partes históricas. Estas se encuentran repletas de gente, de aromas y sonidos muy famosos; y entre estos últimos destaca uno que seguramente más de una vez en tu vida has escuchado. Se trata del ruido del organillero, ese instrumento que tantas veces le hemos visto tocar a los músicos ambulantes para ganarse algunas monedas.
Dicho objeto tiene su historia y es fácil ver que hasta nuestros días, ha conseguido sobrevivir gracias a su importancia cultural y nostálgica. Su invención se remonta a Europa del Norte, en donde era uno de los más comunes para animar las celebraciones de la gente y otros momentos de ocio.
En 1880 el organillero llegó a México, traído por la casa de instrumentos “Wagner y Levien que se asentaba en el país azteca, procedente de Alemania.
Pronto se hizo costumbre que varios músicos callejeros rentaran organilleros para salir a tocar sus melodías, sobretodo en las zonas más concurridas de la ciudad. Su uso también se volvió particular de las serenatas, a tal grado que los amantes también disponían de ellos al caer la noche.
En Alemania se cesaron de fabricar en el año 1930. La más notoria consecuencia de esto, fue la adquisición de hasta 250 organilleros por quienes practicaban el oficio de tocarlos, con tal de mantener su sustento.
Esta medida sin embargo, no detuvo su utilización en otras partes del mundo y especialmente, en México, en donde su sonido se volvió parte de la cultura y el día a día de muchas personas, a tal grado que se ha vuelto inconfundible cuando caminamos por alguna plaza, nos detenemos en un semáforo o asistimos a algún número callejero.