A tan solo 50 kilómetros de Nueva York, se alza la pequeña isla de Bannerman, un sitio que hasta el día de hoy continúa siendo un misterio para miles de visitantes que llegan año con año, a descubrir sus ruinas.
Y es que en esta solitaria delta, se alzan los vestigios de lo que alguna vez estuvo destinado a ser un magnifico castillo y que en la actualidad, permanece abandonado.
Corría el siglo XIX cuando Francis Bannerman, un acaudalado escocés y experto en la venta de armas, llegó hasta aquí para hacerse construir una residencia con todos los lujos disponibles en la época.
No obstante, el proyecto nunca finalizaría debido a los inconvenientes que se presentaron en la construcción.
En un inicio, Bannerman utilizó el islote para conservar millones de cartuchos españoles adquiridos tras los levantamientos armados de 1898 en Cuba.
Tiempo después, habiendo puesto a resguardo dichos excedentes, el magnate inició la construcción de su palacio, dándoles plena libertad a sus arquitectos de improvisar con el diseño.
En 1918, el proyecto quedó estancado tras la muerte de Bannerman.
La misteriosa detonación de buena parte de los explosivos que se guardaban en el terreno, logró hacer colapsar la mitad de la construcción, sin que se encontrara la causa aparente.
Prevalece en los neoyorkinos la superstición de que la isla se encuentra habitada por espíritus malignos, debido a lo cual el castillo habría caído en la ruina en primer lugar.
En 1950, la maldición prevaleció al estrellarse un barco de carga, el Pollepel, contra la delta, causando otra explosión que terminó de dañar la estructura.
Más tarde, en la década de los 60, un incendio terminaría destruyendo los pisos que aún se mantenían en pie.
A pesar de esta serie de tragedias, el castillo de Bannerman se ha convertido en uno de los más grandes tesoros de Nueva York.