Cierto día, una joven pareja de novios se encontraba celebrando su boda. Había mesas para todos los invitados, pero como era costumbre, ellos tenían la propia, decorada de manera lujosa y con las mejores viandas.
Durante la celebración, el novio le habló a su madre y le dijo que los acompañara, lo cual le disgustó a su esposa.
Cuando la vieja se sentó junto a ella, la mujer se molestó y le pidió a su marido que la cambiara de lugar, puesto que esa mesa debía ser solo para ambos. Pero él se mantuvo firme: “Es mi madre y así como ella ha compartido sus momentos felices conmigo, yo quiero compartir este con ella”.
Sin embargo, su esposa insistió y afirmó que la anciana debía marcharse. Entonces el hombre, ya bastante enojado, se puso de pie para hablarle a sus invitados.
“¡Vendo a mi madre! ¿Quién está dispuesto a pagar por ella y cuánto? ¡Porque mi mujer no quiere que esté con nosotros!”
Todos se sumieron en un incómodo silencio. Entonces él volvió a hablar.
“Puesto que a nadie lo interesa, yo mismo lo voy a hacer, ¡por qué la amo!”. Luego, salió del recinto con la anciana ante la mirada estupefacta de todos.
Lo que sucedió en la boda se convirtió en noticia y el rumor llegó a oídos de un hombre muy rico, que además de felicitarlo por sus valores, le ofreció la mano de su hija en matrimonio.
“Al ver la manera en que defendiste a tu madre, no tengo dudas de que harías lo mismo por tu esposa”.
Agradecer a quienes lo han dado todo por nosotros en la vida, sin pedir nada a cambio, es uno de los gestos más hermosos que podemos demostrar mientras aún están a nuestro lado. Esta historia ha sido una prueba de ello.