Sarah estaba preocupada por su relación.
Hacía tiempo que las cosas entre ella y su novio se habían vuelto monótonas, y ella tenía miedo de estarlo perdiendo.
No soportaba la idea de que la dejara de querer. Así que decidió ponerlo a prueba, para averiguar su todavía la seguía amando como antes.
Escribió una nota que colocó encima de su escritorio:
Mathew, las cosas ya no son iguales entre tú y yo.
Cuando llegas a casa estás cansado, no tienes ganas de estar conmigo. Cada vez que quiero salir, prefieres ver un partido de fútbol. Ya no me dices “te amo”, ni acaricias mi cabello al dormir.
Te quiero, pero esto no puede seguir así.
Acto seguido, se escondió debajo de la cama a esperarlo y ver su reacción. Mathew entró en la habitación, leyó la nota y se quedó en silencio. Luego sacó su teléfono y tuvo una conversación, que a Sarah la dejó helada.
—Hola, mi amor —lo escuchó decir—, no vas a creer lo que sucedió, ¡mi mujer se ha ido! Por fin comprendió. Ahora podremos estar juntos. Voy a verte enseguida.
Al escuchar como su pareja abandonaba la habitación, Sarah salió destrozada de su escondite y rompió a llorar. Sabía que las cosas iban mal entre ellos, pero nunca se imaginó que Mathew la estuviera engañando.
En ese momento miró la nota que le había dejado y se dio cuenta, de que había algo más escrito en ella.
¡Hey, listilla! La próxima vez que quieras ponerme a prueba, asegúrate de esconderte bien. Se veían tus pies saliendo de la cama. Fui a la tienda, ya regreso.
Sarah se sintió avergonzada pero también feliz. Quizá su novio ya no fuera tan expresivo como antes, pero no cabía duda de que la seguía queriendo. Los celos y la inseguridad pueden ser nuestros peores consejeros.