Existe en el Pacífico Sur una isla que constituye el tercer país más pequeño del mundo, por detrás de El Vaticano y Mónaco.
Se trata de Nauru, una delta de no más de 21 kilómetros cuadrados, sin otra población que la de Yaren; prácticamente la única ciudad existente en su superficie.
Aunque estas peculiaridades no son lo único que le ha hecho destacar a nivel internacional: gran parte de sus habitantes son obesos.
Esto, aunado a las complicaciones medioambientales y sociales que acontecen en la nación, le han empujado a estar en cierta posición de riesgo para el futuro.
Pero Nauru no siempre fue un lugar tan desafortunado. Durante el siglo XX fueron muy célebres sus minas de fosfatos aprovechadas por las grandes potencias, entre ellas Reino Unido.
Tras lograrse su independencia en 1968, sus habitantes se vieron rápidamente enriquecidos a lo largo de las décadas siguientes. Con los beneficios obtenidos por los derechos mineros, los habitantes se convirtieron en personas prósperas y su país en uno de los mayores paraísos fiscales del mundo.
Esto llegó a su fin durante la década de los 90, cuando los yacimientos de fosfatos se encontraron sobreexplotados y las inversiones gubernamentales afrontaron grandes pérdidas en el mercado internacional.
Además de verse empobrecida, la gente de Nauru tuvo que afrontar la consecuencia del cambio en sus hábitos alimenticios.
La dieta local que antes consistiera en pescados y abundancia de frutas, se vio corrompida por diversos alimentos occidentales, de los que hoy en día, prácticamente toda la población depende.
Esto ha provocado la incidencia de la diabetes en 2,000 de los 10,000 civiles que habitan aquí, siendo la esperanza de vida entre los hombres de 49 años y en las mujeres de 55.
Otras enfermedades que les aquejan a causa de la obesidad, son los problemas del corazón y en los riñones.